sábado, 28 de julio de 2012

Lleno de romanticismo...

Paula trabaja de telefonista. Muchas veces le han dicho piropos por el receptor, y siempre se ríe de modo infantil diciendo que una cosa es la voz y otra es la persona en cara. Aún así reconoce que es la parte de ella que más le gusta, porque tiene un tono sensual, juvenil, y sobre todo porque se considera muy simpática.

Muy pocas veces ha tenido discusiones con clientes porque es todo dedicación y paciencia. Sabe que su mejor arma es la calidez que transmite, y sabe utilizarlo.

Desde la entrada a su puesto de trabajo, a las 7'00 de la mañana, Paula se coloca los cascos con micrófono incorporado y comienza sin pereza la jornada. Ha sido muchas veces felicitada por sus superiores por el trato que reciben los clientes que pasan por su extensión, y eso la colma de felicidad. Para ella no hay nada más bonito que hacer bien su trabajo, y lo más importante, sentirse reconocida y querida en un ambiente que no todo es alegría, sino soledad ante voces de todo tipo: chillonas, cabreadas, desesperadas...

Hoy es miércoles y la primavera hace que la temperatura exterior sea increíblemente suave. Ella tiene el privilegio de tener delante de ella una ventana desde donde puede vislumbrar las estaciones, y hoy es un día hecho para ella, con una calidez que después del invierno se agradece, sobre todo porque por fin han quitado la calefacción central que tanto le agobia.

A las 10'30 recibe una llamada. Una voz sensual, tranquila y sosegada habla al otro lado. Miguel es un hombre de negocios que tiene que ponerse en contacto con un directivo de su empresa que está reunido, y Paula así se lo indica. Pero él, lejos de las prisas del mundo, decide esperar, y le propone a Paula una conversación mientras finaliza la reunión del jefazo. Ella, a pesar de estar encantada con sus formas, le contesta amablemente que tiene que seguir con su trabajo, contestar llamadas externas.

Miguel se despide deseándole que pase un buen día, y Paula le desea lo mismo. No puede ser de otra manera, un tenue sol le llega templado, y fuera la gente parece que tiene otra cara. 

Al instante suena otra llamada, y su corazón se sobresalta al escuchar la misma voz de hace un minuto. Es Miguel, y ella ríe diciendo como bien puede que le acaba de anunciar hace muy poquito que la persona por la que pregunta está reunida. Miguel se ríe también, y le dice que el motivo de volver a llamar es para escucharla, porque no le gusta sentirse rechazado, y menos con una voz tan maravillosa como la que tiene.

Paula intenta de un modo cortés insistir que tiene que seguir realizando su trabajo, y Miguel respeta esa decisión, no sin antes advertirle que no sería la última vez que estarían en contacto. Paula vuelve a reír y dice que como quiera, ella está ahí para atender las llamadas, y cualquier persona que llama debe pasar antes por ella.

Se queda entonces pensativa. En su mente vaga la voz de Miguel, suave, tierna, todo melodía, y se imagina cómo debe ser en persona. De repente los halagos que han hecho de ella durante años ve que los está haciendo ella. Se sonroja.

Son las 7'00 de la tarde, y sale del trabajo, contándole a sus compañeras la sensación que ha tenido entre carcajadas: "Para que veáis, todo el tiempo que llevo aquí con piropos por parte de los que llaman, y hoy me da por imaginarme por primera vez cómo será ese extraño personaje". Sus compañeras se mueren de envidia, y le proponen que grabe la voz del individuo, a lo que ella se niega en rotundo.

Cuando llega a casa y se echa sobre la cama no puede dejar de pensar en esa voz. Es tan... dulce. Y sonríe para sí misma, diciendo lo boba que es por no dejar de pensar.

Al día siguiente se levanta, como siempre, a las 6'00. Está contenta, y elige sus mejores ropas para ir a trabajar. A las 7'00, como siempre, está conectada con el mundo exterior desde sus cascos. La mayoría de las llamadas van a otros departamentos, y con destreza pulsa el teclado para que cuanto antes quienes llaman se vean atendidos.

A la hora de comer sus amigas le recuerdan el tema del día anterior. Paula no había pensado en todo el rato en eso, pero ellas insisten en "¿y si vuelve a llamar?", y un cosquilleo pasa por su barriga antes de reírse y sonrojarse diciendo lo tontas que son. "Chica, es que eres muy guapa, y estás todo el día ahí atendiendo el teléfono. Deberían ponerte en el departamento de Atención al Cliente, de cara a ellos". Pero sigue sonrojada diciendo que no, que está a gusto donde está y que por nada se cambiaría de departamento. Incluso una de ellas le dice: "Mira que si al final conoces al tal Miguel...". Ella prefiere no pensarlo, no ha sido más que una de las cientos de llamadas que recibe, aunque reconoce que no le importaría volver a atenderle.

Ya de vuelta al trabajo, sin mucho que hacer salvo ir metiendo una serie de datos en el ordenador mientras no hay llamadas, vuelve a mirar a través de la ventana. Otro día fabuloso, le encantaría estar fuera de ahí respirando el aire de mil esencias que recorre el parque.

De repente suena el pitido del teléfono. "Hola, ¿me puede pasar con el jefazo de ventas?". No se lo puede creer, es Miguel. Por suerte el jefazo de ventas no está, y él, lejos de maldecir la situación, hace sonar una carcajada diciendo "Lo sé, he estado reunido con él hasta hace media hora, y se iba para casa". Los nervios hacen estragos de Paula, que riéndose de la situación de nuevo, le pregunta por qué llama entonces de nuevo. Él le confiesa que ayer se quedó prendado con su voz, y que estuvo pensando durante toda la tarde y en la cama en cómo sería. Ella no es capaz de decirle que lo mismo le había pasado, pero que una voz, es una voz, y otra la persona que la lleva.

"Bien, pues me encantaría conocer a la persona que lleva dentro la voz que me ha enamorado", dice Miguel. A Paula el corazón se le pone a 200 por hora, y no sabe qué decir. Ante el silencio, Miguel le dice: "A ver, ¿puedo invitarte a cenar esta noche?". Paula sabe lo arriesgado que son las citas a ciegas, pero hoy está deslumbrante, y nerviosa decide que sí. Quedan a las 9'00 en un céntrico restaurante, y llega puntual. Pregunta por Miguel, y el camarero dice que lleva allí desde las 8'30. "Dios mío, si es porque está nervioso, no sé qué saldrá de esto", piensa ella.

Miguel está de espaldas. Trajeado de ejecutivo, el camarero la va llevando hacia su mesa y ella es presa de un ataque de nervios, pero intenta controlarlos. Cuando le ve la cara a Miguel siente que está impresionado, y le dice: "Tal vez era una mala idea...". Miguel sonríe, habla pacientemente, contestándole que sólo espera que la sorpresa que él se ha llevado tan grata sea mutua. A Paula le ha encantado Miguel, en sus treintaylargos, mientras ella tiene treintaypocos, una pareja que podría llevarse muy bien.

Tras una cena frugal, charlando como si se conocieran desde hace tiempo, Paula recibe una llamada y debe irse. Miguel se queda con cara de tonto, pero no se atreve a una pedir una segunda cita porque está en el éxtasis.

A la mañana siguiente un empleado de un servicio de mensajería acude a la mesa de Paula. Le entrega un paquete pequeño, rectangular, y al abrirlo es una rosa con una nota: "Espero que disfrutaras. ¿Habrá alguna más?"

Antes de irse le pide al mensajero la dirección de donde proviene, y se lo da. Antes de marcharse le devuelve un sobre pequeño para que lo lleve.

En su despacho Miguel recibe el sobre, y al abrirlo nervioso ve que sólamente pone cuatro palabras: 

"Toda la vida. Paula".

1 comentario:

El club de las lectoras dijo...

Quiero más de estos, quiero saber como sigue la relación de Paula y Miguel, quiero saber si Paula mantiene su puesto en el trabajo o si la despiden por la crisis :)

Me gustan los personajes