sábado, 1 de junio de 2013

Espondilitis anquilosante (anquilopoyética). El posible inicio... Una experiencia personal.

Llevo muchísimo tiempo intentando dar forma a esto que quiero decir hoy. De hecho ahora mismo me encuentro sin saber exactamente qué saldrá, porque no soy el tipo de persona que suele preparar sus escritos. Lo que sale, sale de dentro, y eso espero que ocurra.

El año 1996 siempre quedará en mi materia gris como uno de los años que marcó mi vida. Tenía 23 años, era estudiante de último año de Magisterio en la Primera Promoción de Lenguas Extranjeras, y jugaba al fútbol, una de mis pasiones desde que tengo uso de razón. También tenía toda una vida por delante, y una hernia inguinal que hacía que mi devoción por el deporte se viera un tanto limitado.

En la Semana Santa de ese mismo año mi promoción se fue de viaje de fin de curso. Yo me tuve que quedar para ser intervenido quirúrgicamente de esa hernia discal. 

No recuerdo el día exacto, es más, nunca me ha dado por buscarlo ni en los papeles de alta ni en el calendario. Sólo recuerdo que era Semana Santa y que mi ilusión era salir cuanto antes de la operación para volver a correr sin sentir esa quemazón en la parte lateral del bajo vientre que muchas veces hacía que tuviera que ponerme de cuclillas para poder volver a colocar la dichosa tripa que se había salido.

Aún recuerdo ese día como una imagen que se ha repetido cientos y cientos de veces en mi mente, incluso en sueños. El rapado a palo seco del pubis. El camino al quirófano en la cama con ruedas. El prequirófano. La "mariposa" que me inyectaron antes de entrar. La luz blanca. El quirófano...

Antes de relatar lo que me sucedió allí solo diré que la habitación que me fue asignada hizo que a mi madre le cambiara la cara. Después me enteré que allí mismo, justo enfrente de mi cama, falleció de un cáncer la que fue mi madrina de Bautismo. Y allí mismo fueron a dar mis huesos no sé cuánto tiempo después.

El tema es que llegué al quirófano con toda la ilusión y más vida por delante del mundo. La técnica era sencilla: una inyección a la altura de no sé dónde de la espalda que se le llamaba epidural, que te dormía de cintura para abajo y que permitía a los doctores operar sin mayor problema que la que suponía la anestesia general.

Hasta donde me llega la memoria me veo en una minicamilla, muy estrecha, sentado de lado, y un señor que me dice que me tengo que colocar en postura fetal, lo que se supone algo sencillo en teoría. El caso es que noto un pinchazo y de repente me veo a mí mismo, como impulsado por un resorte, en postura totalmente vertical (aún sentado).

Ese señor, lejos de pedir disculpas, me espeta muy seriamente: "Le he dicho que no se mueva". Y noto que por mi cabeza pasa la idea de darme la vuelta para decirle: "¿Acaso lo he hecho, o es que ha tocado donde no debía?". Pero solo pasó por mi cabeza, pues resignado volví a colocarme echado hacia adelante.

La operación creo que fue bien. Unos cuantos -bastantes- puntos y una sensación de modorra contínua que hacía que a veces me despertara viendo el monitor encima de cabeza y el terrorífico BIP-BIP sonando con un gotero a mi izquierda que parecía llevar el ritmo del sonido mientras sus gotas caían una y otra vez. De nuevo se hacía la oscuridad para al rato volver a ver la misma imagen. Así hasta tres veces...

No recuerdo el postoperatorio, salvo que una chica ATS que me parecía enormemente atractiva me atendió para colocar otro gotero con su incesante ritmo. Lento, muy lento, excesivamente lento...

El tema es que la tarde llegó a mi habitación, y yo sentía hambre. Veía el dichoso gotero inacabable en las últimas y le pregunté a la atractiva ATS si no me iba a dar ni un trocito de pan, que eso se terminaba ya. Su respuesta sonriente fue que aún me faltaba otro gotero, y que ya tendría tiempo de cenar. Por más que le imploraba un trozo de pan con la mejor de mis sonrisas solo obtenía a cambio una de las suyas, pero de pan... nada de nada.

Acabó el último gotero ya entrada la noche, y mi rancho bien ganado con paciencia llegó por fin. No sé qué hora sería, pero me sentó muy bien. Tampoco recuerdo qué comí exactamente, pero me suena a algo de papilla tipo puré y un filete de pechuga de pollo que más bien me supo a poco. Todo ello regado con un excelente zumo cosecha de ese mismo año.

Pasado un rato y con mi madre como único testigo, comenzó mi pesadilla. Un terrible dolor se apoderó de mi pierna izquierda. Un dolor que me cogía desde la parte inferior de la espalda hasta mi miembro inferior izquierdo. Un dolor insoportable. Como dato diré que antes fui a orinar para expulsar -según los especialistas- la anestesia.

Sé que mi madre se asustó, y mucho. No era propio en mí quejarme y menos de esa forma tan alarmante. De hecho lloré. Con 23 años el dolor era tan insoportable que las lágrimas florecieron en mi cara cayendo como las gotas del gotero que me había sido retirado horas antes. Supliqué que llamara a la enfermera atractiva, porque otra no podía ser.

Al rato vino y me preguntó qué me sucedía. Poco podía decir salvo el dolor inconmensurable que sentía y que crecía cada segundo que pasaba. Intentó tranquilizarme, y en cierto modo lo consiguió con su preciosa sonrisa, pero tuvo que salir a por un calmante. Tras tomarlo y seguir padeciendo ese dolor que tantas veces se repetiría a lo largo de mi vida tantas y tantas veces...

Ahí, en ese punto tan concreto de mi vida sitúo el posible inicio de mi enfermedad: la espondilitis anquilosante o anquilopoyética que después me sería diagnosticada. 

Siempre se negó el hecho de la operación con el hecho de la enfermedad, pero hubo muchas cosas que coincidieron ese día de Semana Santa. Demasiadas.

Ojalá me equivoque, pero seguiré insistiendo que la epidural poco bien me hizo. Aunque esa enfermedad estuviera ahí fue cuando dio la cara. 

En las próximas entregas autobiografiaré qué ha sido y qué ha supuesto mi enfermedad. Y no, no lo hago para que nadie se apiade ni sienta lástima por mí, porque sé que apenas nadie lee este blog. Lo quedo como un recuerdo para mí y para mi memoria, porque si hay algo que tengo claro, es que cada año que pasa voy perdiendo recuerdos, y quiero conservarlos intactos.

La vida

Hay veces que nos olvidamos quiénes somos y de dónde venimos.

Ayer, en una salida nocturna tuve la ocasión de encontrarme con dos personas de mi pasado. Una de un pasado muy lejano, otra de un pasado simplemente lejano...

La primera persona que me encontré mientras disfrutaba de un refrigerio en la terraza de un bar era la del pasado muy lejano. Alguien con la que compartí muchas vivencias de adolescente, donde todo es grande, no hay problemas y tenemos un horizonte muy amplio a nuestro alcance.

Fue agradable, no voy a engañar a nadie, pero reconozco que es el tipo de personas que te paras, saludas, sabes de su vida y hasta la próxima, si es que la hay (que espero que sí). No hay citas, hay alegría, pero de ver que esa persona sigue existiendo, pero como dice la canción "dicen que la distancia es el olvido".

La siguiente persona lejana fue otro AMIGO de la adolescencia. Es difícil en los tiempos que vivimos hablar de amigos en mayúscula, pues la pérdida de valores es tan grande que hasta que no te los encuentras no vuelves a sentir verdadera felicidad en tu interior.

Ese amigo pasaba y me vio, y por supuesto me llamó la atención. Yo en un principio no supe cómo reaccionar: eran tan grandes los sentimientos agolpados que no sabía si abrazarlo, si estrecharle la mano...

Pero a diferencia de la otra persona muy lejana en el tiempo la conversación fluyó como si realmente no hubiera pasado el tiempo.

No soy de tener muchos amigos, lo reconozco. Mi vida se ha tornado tan selectiva que hasta en eso se puede decir que he ido separando la paja del grano hasta quedarme con dos granos diminutos. Mucha gente me podría tachar de egoísmo, y no lo niego, pudiera ser; pero esto es la vida. Sólo sientes por quienes has tenido vivencias muy cercanas, y él lo fue, como mi amigo Tomás.

Me gustaría volver a encontrarme con él, y sé que estoy forzando la situación porque le he enviado un correo diciendo que esto no puede quedar en otros 12 años... ¡qué relativo es el tiempo! Parecieron 12 horas que no lo veía, fue todo tan natural, que incluso me sorprendo al recordarlo.

Solo os diré de su vida que es fotógrafo profesional. Aparte de un amigo, ha ganado un admirador. Seguramente no debería hacer lo que voy a hacer, pero os recomiendo que veáis su obra y la juzguéis por vosotros mismos.

Su fotografía es como la misma vida. Comprobadlo. A mí me ha sorprendido muy gratamente.


Saludos desde aquí si algún día ves esta entrada. Tú siempre has sido y serás un amigo. Pase el tiempo que pase...

Simplemente justifico esta entrada como una necesidad imperiosa interior. Si hay alguien que lea estas líneas de un blog tan personal como mis amistades, espero que sepa entenderlo.

La vida.