sábado, 28 de julio de 2012

Relato corto fantástico

Tumbada en la cama escuchaba los pequeños golpes de las gotas que caían sobre los cristales de su habitación a golpe de latidos rítmicos. Era una mala noche de tormenta con uno de las peores compañías en su regazo: un libro de cuentos de Edgar Allan Poe, un oscuro personaje como oscura era la madrugada.

Mientras estaba sumida en la lectura, los haces de luz reflejaban la habitación deformando las zonas oscuras que dejaba su pequeña lámpara, convirtiéndolas en siniestras figuras en movimiento durante breves instantes, dejando luego a su paso el inconfundible y penetrante sonido de la furia del dios Thor, dando a su lectura un tenebroso ambiente.

Innegablemente sufría de insomnio, fruto de la ansiedad de los sucesos acaecidos durante los últimos meses. Ni los ansiolíticos ni los relajantes conseguían su efecto, que la habían convertido en un ser nocturno, un rara avis que disfrutaba del silencio nocturno y que huía de los innumerables ruidos del día y de la gente. Su trastorno agorafóbico se había apoderado de ella hasta el punto de transformarse en una sombra de lo que fue, pasando de ser una brillante ejecutiva llena de ideas y proyectos a un ente olvidado de la sociedad. 

Pero nada de eso le importaba, había acumulado tantos éxitos profesionales como dinero para mantenerse fuera del mundo durante un buen colchón de tiempo, y se había sumergido en su soledad como principal sustento diario. El resto se lo proporcionaba internet, con compras online que le suministraban tanto los productos de primera necesidad como sus principales caprichos. ¿Para qué necesitaba más?

Durante un momento miró a la ventana y se dejó llevar por la oscuridad, sintiéndose cómplice como otras muchas veces del vacío de su alma, recordando lo que la había llevado a ser como era. Un compañero, lleno de envidia profesional, la había denunciado por fraude tras haber descubierto sus contactos -no muy legales, todo hay que decirlo- para conseguir que las inversiones que realizaba siempre llegaran a buen fin. Eso era todo, poca cosa, pero las portadas en los periódicos y el juicio hicieron el resto.

El juicio fue lo de menos, pues la compensación que el juez dictó en su momento suponía una pequeña merma en sus ingresos. El problema fue pasar de ser una de las personas más reconocidas a nivel mundial en la bolsa, a ser una persona directamente relacionada con el mundo del hampa y los negocios turbios de tráfico de armas internacional, y buena cuenta dieron de ello los diarios nacionales e internacionales.

Ya todo le daba igual. Su aspecto, inmaculado cuando llegaba a su puesto de trabajo, con caros modelos de marca de primeras figuras que yacían en su vestidor, había dado paso a una imagen demacrada y descuidada. Se vio abandonada por todos aquellos que la habían acompañado en cada uno de sus éxitos, había realizado transacciones imposibles, sacando de la ruina a cientos de empresas de las que dependían miles de trabajadores, y se lo habían pagado así, con el olvido...

A veces mientras deambulaba por su casa se reía sola de casos que le habían sucedido muy graciosos. Otras hablaba consigo misma mientras estaba acompañada de una botella de vino a medio beber, pues del resto había dado buena cuenta. Prefería a veces no pensar en nada, otras en todo lo que había sido, y al final llegaba la noche, su gran compañera, con su silencio relajante y reparador. 

Otro relámpago apareció inundando la habitación, recordándole los flashes de las cámaras a la salida del juzgado, luminosos dedos acusadores de su participación con la mafia. Una mafia que nunca llegó a conocer directamente, pues sus malditos contactos siempre insistían en que eran de confianza, y con esa confianza seguía realizando sus gestiones día a día, enriqueciendo a unos para sacar de la miseria a otros.

De repente sintió ganas de beber, tenía la garganta seca. Valiente ironía de la vida: fuera cayendo un diluvio, y dentro de ella seca. Decidida se levantó y fue a la parte de abajo, a la inmensa cocina que guardaba su más preciado tesoro en forma de cristal verde y oscuro pero reconfortante líquido que le hacía olvidar la mayoría de las veces todo lo pasado, sumiéndola en un sueño pesado día tras otro, del que se recuperaba a base de analgésicos y zumos de naranja recién exprimidos.

Sus pies descalzos se arrastraban por la moqueta, y cuando llegó a la parte baja el frío mármol le avisó de la temperatura otoñal que se iniciaba en ese momento. Se atusó el pelo al pasar por uno de los espejos que adornaban su hogar, colocando las matas desordenadas que veía de frente, y dejando el resto alborotado para no perder tiempo en tonterías de imagen. Total, para qué, si nadie la iba a ver...

Encendió la cocina, y justo cuando iba a descorchar la botella un sonido proveniente de la parte superior de la vivienda la estremeció. ¿Habría sido otro trueno? Podría ser, pero era más parecido al sonido que se produce al arrastrar un mueble. Siguió atenta, con la mirada perdida hacia arriba, intentado aguzar el oído, inmóvil, con la botella entre las manos.

Tras un breve periodo en el que se pierde la noción del tiempo volvió a mirar la botella. Otra noche más entregada a Baco. "¡Qué más da! Total mañana no tengo nada que hacer" - dijo en voz alta mientras tiraba del sacacorchos y un sonido seco se ampliaba por la cocina, dejando libre el acceso a su mejor antídoto para esas noches interminables. Vertió un tercio del contenido en una gran copa, y justo cuando iba a saborear el preciado líquido, volvió a escuchar el mismo sonido de antes, un sonido desgarrador, y volvió a centrar sus sentidos en la procedencia sin que se volviera a repetir. Detuvo su respiración mientras miraba la encimera, donde reposaba otra botella que había terminado un par de horas antes en su totalidad. "¿Hay alguien ahí? - dijo con una voz un poco chillona y con labios temblorosos. Pero solo obtuvo el silencio y la intranquilidad del mismo por respuesta. 

Miró su mano izquierda, la que sujetaba la copa, y el vino hacía ondas en su interior. Temblaba. No sabía muy bien si era por su nerviosismo creciente o por el síndrome de haber estado tanto tiempo sin probar líquido etílico.

Un trueno hizo que se sobresaltara, que escuchara miles de sonidos inexistentes en su cabeza, tomando la copa y bebiendo de un solo trago su contenido. De nuevo, temblando, cogió la botella y recargó de munición su copa, paralizada por el miedo, repitiendo de nuevo con un grito "¿Hay alguien?". 

La segunda ráfaga de tinto le quemó por donde pasaba, inundando su interior de un calor de sobras conocido, dando esa tranquilidad que necesitaba y un coraje incierto. Vertió el último tercio y colocó la botella desnuda junto a su hermana, mientras decidió subir escaleras arriba con la compañía de su camisola hasta los muslos y la copa llena como arma de valor.

Mientras subía escuchaba el contacto de sus pies con la moqueta. Iba lenta, despacio, contemplativa. Y un nuevo relámpago inundó el rellano de la escalera antes de iniciar el siguiente bloque de escalones hacia las habitaciones de arriba apoyándose en la barandilla con su mano derecha.

Al llegar arriba pudo escuchar una voz profunda, penetrante, susurrante, que le decía: "Ven". Miró a un lado y a otro, inquieta, nerviosa, y ante el nuevo silencio no pudo más que echarse a reír. Sus albos y perfectos dientes dejaron paso a una carcajada sonora, mientras sus verdes ojos se escapaban cerrados por los párpados y su mano acariciaba su frente. Estúpida -pensó- quién iba a estar en este lugar con la que está cayendo fuera. 

Fue a caminar hacia su habitación cuando un nuevo sonido la paralizó. Provenía de una de las habitaciones de ala derecha, justo al contrario de donde se hallaba su habitación, y por un momento no supo qué hacer. Decidió entrar en el baño que estaba próximo a ella, donde se vertió agua fría por la cara y la nuca, y justo cuando levantó la cabeza miró su cara en el espejo. No se conocía. ¿Quién era? Parecía como si hubieran pasado por ella veinte años. Se sintió cansada, envejecida, y sus ojos verdes era lo único que mantenía jovial en una cara terroríficamente deformada.

Comenzó a llorar. Lloraba como un niño perdido y sus lágrimas se perdían por el desagüe del lavabo. ¿Dónde quedaba esa belleza que todos admiraban? Tuvo tantos pretendientes, tantos incapaces de mantener una relación inteligente, que le dolía en el alma no estar acompañada esa noche. Sollozando volvió a mirar la triste estampa que era de ella, recordando los nombres de todos aquellos que años atrás la habían agasajado con presentes y piropos. Pero ahí estaba ella, hecha un mar de lágrimas, sola con su dinero, sin honor, sin reconocimiento social ni prestigio. Sola.

Volvió a sonar algo, pero ya nada le importaba. No era nadie, no temía nada, no sentía nada, solo ese vacío perturbador que la asolaba de dentro a afuera. Sintió nausas y vomitó. Todo el líquido ingerido le salió como un chorro inacabable, turbando su cabeza aún más, sintiendo latidos en sus sienes como un tambor...

De nuevo delante del espejo se refrescó abriendo el grifo, y veía su cara mojada, el pelo chorreando, y una nueva carcajada estalló: "Voy a volver a ser titular de los diarios" - se juró a sí misma. Ni el viento, ni los sonidos, ni la lluvia, ni la sociedad ni ningún juicio ni juez terrenal podrían con ella.

Al día siguiente todo era oscuro, lóbrego, tenebroso... como su alma.

Por la tarde diversos medios recogieron la noticia con estupor, la agente de bolsa Mary L. Robertson, enjuiciada por diversos casos de corrupción y blanqueo de capital, había sido encontrada muerta en su domicilio.

Motivo: suicidio por ahorcamiento.

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