martes, 23 de noviembre de 2010

Elementos de la naturaleza...

LA LLUVIA

Me gusta el otoño, me gusta la lluvia, y me gusta caminar por la ciudad mientras pequeñas gotas resbalan por mi cara mientras cierro los ojos. Es una de las sensaciones más relajantes que encuentro en esta vida, sobre todo cuando es por la noche y no hace excesivo frío. También me gusta ver la gente cuando corre al caer un chaparrón. Siempre sonrío, porque parece como si les persiguiera el diablo.

Jamás me han gustado los paraguas, no sé por qué me da por pensar que no veo si algo se me cae encima, aparte, claro está, de la lluvia. Para mí los paraguas no son más que estrellas encima de nuestra cabeza que nos impiden ver lo grande que es el cielo. 

Tampoco me gustan los chorros que caen sorpresivamente de los canalones: no llevar paraguas hace que me empape.

EL VIENTO

No, no me gusta el viento. El viento es algo que me pone de muy mala leche. Ese continuo soplido zumbando mis oídos y azotando mi cara no es algo agradable. Es más, tampoco me gusta conducir con viento, nunca se sabe cómo puede acabar un viaje con él zarandeando mi vehículo.

Pero sí me gusta el aire cuando me llega el perfume de una mujer. Dejaría que me golpeara cuanto quisiera, porque el perfume forma parte de la identidad de cada persona, y un perfume, mmm, un perfume es una de las sensaciones más placenteras que un ser humano puede tener. Siempre que pasa alguien por mi lado intento recoger una parte de ella con mi olfato, pues no todas las chicas están a mi alcance, pero sí una parte de ellas.

Me gusta el vuelo de una cometa, las formas caprichosas que hace cuando tiramos de los hilos. A veces pienso que mi vida es como una cometa... arriba, y de repente, en un grave y rápido giro, abajo...

EL SOL

Tampoco me gusta el sol. Al menos el sol que hace en mi tierra. Es duro, cruel, demasiado castigador como para gustar a alguien. No suelo salir desde las 11 de la mañana a las 11 de la noche en pleno verano. Es algo que odio, como el maldito sol de mi región. Nací en verano, y jamás me he acostumbrado a pensar cómo pude salir del vientre de mi madre. Tampoco me gusta la gente que dice disfrutar del calor, me sofocan.

Me encanta en cambio el sol de la playa al atardecer, ese que acaricia todo el cuerpo, dándole vida. Ese que anaranja todo lo que me rodea... ese mismo que con una brisa marina hace que piense en lo pequeños que podemos llegar a ser.  Me encanta ver los reflejos de un pelo sano y limpio con el sol. 

Me gusta el reflejo de unas gafas con el sol de fondo. Parece los ojos de quien me mira.

EL ARCO-IRIS

No es tan mágico como dicen el arco-iris. Sorprende la primera vez que lo ves, pero es muy aburrido. La gran cantidad de historias que he leído de los arco-iris ahora las veo repipis, estúpidas, insulsas. Un arco-iris es infantil, como si fuera la escalera hacia el cielo, pero cuando creces no es más que una ilusión óptica.

Incluso la canción "Somewhere over the rainbow" de Judy Garland me parece demasiado triste, prefiero la versión de Israel Kamakawiwo Ole, porque al menos me río cuando lo veo tan grande y con una guitarra tan pequeña, flotando en el mar a pesar de su corpulencia, y su voz suave a pesar de parecer un luchador de sumo. Pincha para verlo, su vídeo, su magnífica música y la letra traducida.

LAS TORMENTAS

Me encanta ver una tormenta desde el salón de mi casa. Es una ventaja tener grandes cristales y maravillarme con la caída de un rayo, la ceguera parcial que produce un relámpago o el estruendo de un trueno.

Me encanta ver a lo lejos mientras llueve una tormenta en la noche. Escuchar la cantidad de sonidos que produce, que hacen que me sienta más vivo que nunca, y que no siempre los arco-iris o el sol son los protagonistas de los cuentos de final feliz.

Me gusta mirar la tormenta a través de mi ventana, pero no me gusta estar debajo de una. Las razones son evidentes.

LA NIEVE

Me gusta ver caer la nieve delante de mis narices, sentir el cielo emplumado, la magia de pensar en un angelito jugando con otro a una guerra de almohadas. Me gusta ver la cara de los niños en la nieve, las sonrisas melladas y las cabezas cubiertas con gorros de lana. Me gusta ver sus manos violáceas cuando se quitan los guantes y la sensación de quemazón a pesar del frío cuando tengo nieve entre las mías.

No me gusta ver nevar en las películas. Tampoco me gustan los muñecos de nieve, que salen: los veo grotescos, feos, con nariz de zanahoria y ojos de carbón. En cambio me encanta hacer muñecos de nieve, ponerle cara con mis manos y nariz de palo. 

Y una bufanda para que no pase frío, paradojas de la vida.

EL FUEGO

Me gusta tomar un vino tinto delante de una chimenea mientras escucho el chisporroteo de las brasas. Me gusta conversar de todo y de nada, mientras hago como que escucho pero mi mente se concentra en las llamas. Me gusta tener una mujer con poca ropa delante de una chimenea, porque  no quema, pero me calienta más que el fuego.

Me gusta mirar a los ojos reflejados con fuego: ¿deseo, o ilusión? Simplemente es fuego, no es cuestión de ver algo que no hay.

No me gusta quemarme con fuego.

LAS DISCUSIONES

Me gusta discutir, debatir, ver los distintos puntos de vista de los demás. Prefiero una discusión con un café aromático delante que unas risas delante de un cubata. Me gusta más un cubata que un café, pero lo tomo mucho menos. Me gusta compartir momentos tensos de amigable discusión, donde un tira y afloja puede suponer la victoria o el fracaso, o llevar la razón o no...

No me gusta la naturaleza violenta de determinadas discusiones. Dos no se pelean si uno no quiere. El problema es que ese uno insista en querer.

Me gustan las discusiones que acaban en pelea si al final hay reconciliación bajo las sábanas. 

Me gusta discutir contigo cada vez que quiero hacer el amor.